jueves, 5 de septiembre de 2013

                     Ensayo sobre El Arte de Amar- Erick Fromm

                  

Por: Silmax Banixa Macre Recuero
Prof: Dolores Castillo




El  Arte de Amar
Por segunda vez tengo la oportunidad de leer este libro escrito por Erick Fromm; sin embargo, en esta ocasión considero que he podido disfrutar cada página y realizar un análisis profundo mirando hacia mi propia realidad, hacia mis necesidades de amor a lo largo de toda mi vida.

En la realización de este ensayo se enfatizan las ideas más importantes del autor tratando de conservar su ideología humanística.

En primera instancia Fromm resalta que el amor es un arte que requiere conocimiento y esfuerzo. Contrario a los que muchos hemos pensado y afirmado: que sabemos mucho sobre el amor, hay una realidad muy notoria que nos indica que debemos aprender más sobre la temática del amor, su práctica y exigencias para disfrutar de un amor genuino basado en el amor a Dios y sus enseñanzas. Amor al prójimo.

Todos los seres humanos están sedientos de amor. Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar y para alcanzar ese objetivo, siguen varios caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito, ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición. Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc.

Existen otras formas de hacerse atractivo, que utilizan tanto los hombres como las mujeres, tales como tener modales agradables y conversación interesante, ser útil, modesto, inofensivo.

La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos. El hombre (o la mujer) considera a la gente en una forma similar. Una mujer o un hombre atractivos son los premios que se quiere conseguir.
En primer lugar debemos tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. El proceso de aprender el arte de amar puede dividirse convenientemente en dos partes: una, el dominio de la teoría; la otra, el dominio de la práctica.

El hombre está dotado de razón, es vida consciente de sí misma; tiene conciencia de sí mismo, de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada, la conciencia de su breve lapso de vida, del hecho de que nace sin que intervenga su voluntad y ha de morir contra su voluntad, de que morirá antes que los que ama, o éstos antes que él, la conciencia de su soledad y su «separatidad» *, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad, todo ello hace de su existencia separada y desunida una insoportable prisión.

El hombre -de todas las edades y culturas- enfrenta la solución de un problema que es siempre el mismo: el problema de cómo superar la separatidad, cómo lograr la unión, cómo trascender la propia vida individual y encontrar compensación.

Una forma de alcanzar tal objetivo consiste en diversas clases de estados orgiásticos. Estos pueden tener la forma de un trance autoinducido, a veces con la ayuda de drogas. Muchos rituales de tribus primitivas ofrecen un vívido cuadro de ese tipo de solución. En todas las formas de unión orgiástica tienen tres características: son intensas, incluso violentas; ocurren en la personalidad total, mente y cuerpo; son transitorias y periódicas.
Hoy en día, igualdad significa «identidad» antes que «unidad». También deben recibirse con cierto escepticismo algunas conquistas generalmente celebradas como signos de progreso, tales como la igualdad de las mujeres que forma parte del movimiento hacia la eliminación de las diferencias.  Las mujeres son iguales porque ya no son diferentes. Partiendo de la afirmación: El alma no tiene sexo. La polaridad de los sexos está desapareciendo, y con ella el  amor erótico
La sociedad contemporánea predica el ideal de la igualdad no individualizada, porque necesita átomos humanos, todos idénticos, para hacerlos funcionar en masa, suavemente, sin fricción; todos obedecen las mismas órdenes, y no obstante, todos están convencidos de que siguen sus propios deseos.

El papel de la rutina en el trabajo y en el placer. El hombre se convierte en «ocho horas de trabajo» Las diversiones están rutinizadas en forma similar: el paseo en auto del domingo, la sesión de televisión, la partida de naipes, las reuniones sociales.

Ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, a la familia y a la sociedad. Sin amor, la humanidad no podría existir un día más.

En la unión simbiótica psíquica, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión, o, para usar un término clínico, el masoquismo. La persona masoquista escapa del intolerable sentimiento de aislamiento y separatidad convirtiéndose en una parte de otra persona que la dirige, la guía, la protege, que es su vida y el aire que respira, por así decirlo.

La persona sádica es tan dependiente de la sumisa como ésta de aquélla; ninguna de las dos puede vivir sin la otra. La diferencia sólo radica en que la persona sádica domina, explota, lastima y humilla, y la masoquista es dominada, explotada, lastimada y humillada.

El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.

El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un «estar continuado el amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir. En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha.
Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor. Esos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.

Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida. Si puedo decirle a alguien «Te amo», debo poder decir «Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo».


El Amor fraternal es la clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor. Por él se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida. A esta clase de amor se refiere la Biblia cuando dice: ama a tu prójimo como a ti mismo.
El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Es el amor entre iguales: pero, sin duda, aun como iguales no somos siempre «iguales»; en la medida en que somos humanos, todos necesitamos ayuda. Hoy yo, mañana tú.

El Amor materno, es una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades. La afirmación de la vida del niño presenta dos aspectos: uno es el cuidado y la responsabilidad absolutamente necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento. El otro aspecto va más allá de la mera conservación. Es la actitud que inculca en el niño el amor a la vida, que crea en él el sentimiento: ¡es bueno estar vivo, es bueno ser una criatura, es bueno estar sobre esta tierra!
El  amor materno ha sido considerado la forma más elevada de amor, y el más sagrado de todos los vínculos emocionales.
La madre debe no sólo tolerar, sino también desear y alentar la separación del niño.
Una madre afectuosa mientras su hijo es pequeño, pero no será una madre amante, y la prueba de ello es la voluntad de aceptar la separación -y aun después de la separación seguir amando-.


El  Amor erótico, el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe.
La mayoría de la gente une el deseo sexual ala idea del amor, con facilidad incurre en el error de creer que se ama cuando se desea físicamente. Si  el amor erótico no es a la vez fraterno, jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio.
En el amor erótico hay una exclusividad  que suele interpretarse erróneamente como una relación posesiva.
El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a toda la humanidad, a todo lo que vive. Es exclusivo sólo en el sentido de que puedo fundirme plena e intensamente con una sola persona.

Amor a sí mismo. La Biblia habla de amor a sí mismo cuando ordena «ama a tu prójimo como a ti mismo» Amar a alguien es la realización y concentración del poder de amar. Amar a una persona implica amar al hombre como tal.
El  Amor a Dios representa el valor supremo, el bien más deseable.
Tener fe en los principios que «Dios» representa; pensar la verdad, vivir el amor y la justicia, y considerar que la vida toda es valiosa sólo en la medida en que le da la oportunidad de llegar a un desenvolvimiento cada vez más pleno de sus poderes humanos.
El hombre moderno está actualmente muy cerca de la imagen de un mundo feliz: bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus semejantes. «Cuando el individuo siente, la comunidad tambalea»; o «Nunca dejes para mañana la diversión que puedes conseguir hoy», o, como afirmación final: «Todo el mundo es feliz hoy en día.» La felicidad del hombre moderno consiste en «divertirse». Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga.

El amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual -y aun el conocimiento de la llamada técnica sexual- es el resultado del amor.
El estudio de los problemas sexuales más frecuentes -frigidez en las mujeres y las formas más o menos serias de impotencia psíquica en los hombres-, demuestra que la causa no radica en una falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las inhibiciones que impiden amar. El temor o el odio al otro sexo están en la raíz de las dificultades que impiden a una persona entregarse por completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero sexual, en lo inmediato y directo de la unión sexual.

Pero hechos clínicos obvios muestran que los hombres -y las mujeres- que dedican su vida a la satisfacción sexual sin restricciones no son felices, y que a menudo sufren graves síntomas y conflictos neuróticos.

En la actualidad muchas personas están envueltas en formas de pseudoamor como: el amor idolátrico, sentimental, mecanismos proyectivos y proyección de los propios problemas en los hijos;  que nublan la visión del verdadero el amor.
Otro error muy frecuente: la ilusión de que el amor significa necesariamente la ausencia de conflicto. Así como la gente cree que el dolor y la tristeza deben evitarse en todas las circunstancias, supone también que el amor significa la ausencia de todo conflicto.
Los conflictos reales entre dos personas, los que no sirven para ocultar o proyectar, sino que se experimentan en un nivel profundo de la realidad interior a la que pertenecen, no son destructivos. Contribuyen a aclarar, producen una catarsis de la que ambas personas emergen con más conocimiento y mayor fuerza.

El amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos.

Sólo hay una prueba de la presencia de amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce al amor.
Así como los autómatas no pueden amarse entre sí tampoco pueden

Amar es una experiencia personal que sólo podemos tener por y para nosotros mismos; en realidad, prácticamente no existe nadie que no haya tenido esa experiencia, por lo menos en una forma rudimentaria, cuando niño, adolescente o adulto. La práctica del amor requiere: disciplina, concentración, paciencia y dominio del arte de amar.

Concentrarse en la relación con otros significa fundamentalmente poder escuchar, vivir plenamente el aquí y el ahora. Además requiere ser sensible a otro ser humano, es decir, estar en un estado de equilibrio alerta, receptivo de cualquier comunicación.  Además  estar atentos a nuestra voz interior, que nos dice -por lo general inmediatamente- por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados.

Hay mucha gente, por ejemplo, que jamás ha conocido a una persona amante, o a una persona con integridad, valor o concentración.

El amor requiere el desarrollo de humildad, objetividad y razón.
Debemos tratar de ver la diferencia entre mi imagen de una persona y de su conducta, tal como resulta de la deformación narcisista, y la realidad de esa persona tal como existe independientemente de mis intereses, necesidades y temores. La adquisición de la capacidad de ser objetivo y de la razón, representa la mitad del camino hacia el dominio del arte de amar, pero debe abarcar a todos los que están en contacto conmigo.

La práctica del arte de amar requiere la práctica de la fe racional entendida como una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. Es la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. Esa fe está arraigada en la propia experiencia, en la confianza en el propio poder de pensamiento, observación y juicio. La fe es una cualidad indispensable de cualquier amistad o amor significativos.

En igual sentido, tenemos fe en nosotros mismos. Sólo la persona que tiene fe en sí misma puede ser fiel a los demás, pues sólo ella puede estar segura de que será en el futuro igual a lo que es hoy y, por lo tanto, de que sentirá y actuará como ahora espera hacerlo.

La  fe en el propio amor; en su capacidad de producir amor en los demás, y en su confianza. Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia -y de dar el salto y apostar todo a esos valores. Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y así en adelante, en un círculo vicioso.

Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor.

Una actitud, indispensable para la práctica del arte de amar es: la actividad. Entendida como el uso productivo de los propios poderes. El amor es una actividad; si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Ser activo en el pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día, evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo, acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la práctica del arte de amar.

La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada vitalidad, que sólo puede ser el resultado de una orientación productiva y activa en muchas otras esferas de la vida.

Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo característico  necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión.



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